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España es un país de centenarios, de homenajes y reconocimientos tardíos, de evocaciones
de lo que se fue y ya no volverá. En esa dinámica desde el Museo rápidamente reaccionamos en hacer algo, pues no en vano el Museo de Albacete custodia una nutrida representación de las artes plásticas de la provincia a lo largo del siglo XX, y cómo no, algunas obras de Guillermo García-Saúco, la pintura que él mismo donó en 1978 y los dibujos de academia que hacía poco había donado Luis Guillermo.
Guillermo García-Saúco Rodríguez dejó Albacete cuando acabó sus estudios de Bellas Artes, sus paisajes cotidianos fueron primero Ávila y luego Madrid, con cortas estancias en su ciudad manchega. Expuso una vez en su vida, no era una prioridad para él, el ejercicio de la pintura lo entendía como una actividad en constante renovación con la que transmitir inquietudes a sus alumnos.
El recuerdo de sus discípulos nos hace pensar en una nueva escuela peripatética, como aquella lejana ateniense donde el maestro lo era porque también era capaz de compartir con sus alumnos. También descubrimos a un pintor que en buena medida nos era desconocido en su larga trayectoria e inquietudes, y a un dibujante cuyos
ojos y cuyas manos realizaban un continuo registro de sus experiencias vitales.
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